Redescubrirmos María Luz Morales (I). A escritora e Galiza

Escritora, tradutora, editora mais sobre todo xornalista, a coruñesa María Luz Morales ocupa un lugar na historia por múltiples razóns, mais as máis das veces fálase dela polo fito de ser a primeira muller en dirixir un xornal no estado español, La Vanguardia, semanas despois do golpe de estado de 1936. Por iso, e polo seu compromiso con causas progresistas, incluída a aprobación do Estatuto de Autonomía de Galiza, foi obxecto de represalia ao inicio da ditadura. Mais foi, tamén, unha pioneira na escritura sobre cinema como autora de centos e centos de artigos de prensa.

María Luz MoralesNaceu na Coruña o 1 de xaneiro de 1889, segundo recolle a súa biógrafa Mª Ángeles Cabré no libro, editado por La Vanguardia, María Luz Morales, pionera del periodismo. Formaba parte dunha familia acomodada e tiña un irmán e unha irmá. Contaba arredor de 6 anos cando marchou de Galiza por mor do traballo do seu pai, funcionario de Facenda. A familia viviu primeiro en Andalucía e logo estableceuse en Barcelona.

Estudou Filosofía e Letras e comezou a exercer o xornalismo a finais da década dos 10. E como sabía inglés e francés, ademais de castelán, catalán e galego (e en consecuencia, tamén portugués), puido dedicarse á tradución. En 1921 dirixe a revista El Hogar y la Moda, xerme do que logo sería (e aínda é) a revista Lecturas. Tamén en 1921 comeza a colaborar no xornal La Vanguardia. O seu primeiro artigo, Las hadas vuelven, saíu o martes 5 de xullo dese ano. Intégrase na redacción do xornal en 1923 e é nesa altura cando inicia a escrita de artigos sobre cinema co pseudónimo “Felipe Centeno”, que toma prestado dunha novela de Benito Pérez Galdós. As críticas de teatro, porén, asínaas co seu nome real, o cal dá idea de que ao cinema se lle daba unha importancia cultural moito menor (ela propia apuntou iso, décadas despois, nunha entrevista: “Yo, que tenía muchas pretensiones, no quise poner mi firma al pie de algo tan nimio como la crítica de cine”).

Mártires de CarralMaría Luz Morales é unha profesional respectada que dá habitualmente conferencias e é convidada ilustre a diversos actos. Algunhas noticias da prensa deses anos dan idea do seu recoñecemento e tamén do seu compromiso claro coas súas orixes galegas. Así, o 23 de febreiro de 1931 impartiu unha conferencia co título Rosalía de Castro y la lengua materna, que foi transmitida en directo por Unión Radio Barcelona. En xullo de 1932 está presente na visita ao Centro Cultural Gallego de Barcelona dos deputados Otero Pedrayo e Castelao, e en abril de 1934 participa “en nombre de las mujeres gallegas” nun acto en conmemoración do 88º aniversario dos mártires de Carral. A noticia en La Vanguardia (29 de abril) comezaba dicindo “En el Pazo Gallego, de Barcelona, celebraron los galleguistas residentes en nuestra ciudad un solemne acto en memoria de los héroes fusilados hace ochenta y ocho años en el pueblo de Carral, cerca de La Coruña…”

É innegábel, pois, a súa vinculación aos grupos galeguistas. Fixo campaña a prol do Estatuto de Autonomía de 1936 e pertenceu á Asociación de Escritores Gallegos que se constituíu o 30 de marzo dese ano fatídico (e foi elixida representante en Barcelona da entidade, segundo recordaba nun artigo de 1983 Francisco Fernández del Riego, Unha asociación de escritores galegos malograda). Antes, en 1933, visitou Ourense para participar como mantedora nun certame literario en honor a Manuel Murguía. Aquel ano achegou ademais 25 pesetas para un monumento a Manoel Antonio.

Paga moito a pena ler a serie de artigos que publicou en La Vanguardia no verán de 1933 co epígrafe Galicia adentro. Artigos escritos nun tempo de esperanza no porvir dende o amor polo país e polo que está xerando o país. En Los precursores (6 de xullo) expón o seu  aprecio polo libro de Murguía, a quen afirma ter coñecido de nena:

“Murguía, un hombrecillo diminuto a quien yo conocí—porque vivió noventa años — pasando un día y otro bajo las ventanas de mi infancia, en la calle Real marinedina; yo niña y él anciano; yo encaramada en la pequeña silla de costura; él, empinado sobre tacones semialtos, tocada con elevado sombrero de tacón la cabeza, de gnomo… Murguía, despojado de chistera y tacones menos alto que el montón de los volúmenes de su Historia de Galicia”.

En Dos ciudades (16 de xullo) louva os méritos da Coruña e Santiago de Compostela ao tempo que se pregunta cal das dúas será a capital se se lle concede a Galiza o estatuto de autonomía. A súa paixón pola Coruña é evidente.

Optimista como una novia, se despereza sonriendo, al sol, la ciudad marinera… Breve península, unida sólo por un paraíso de jardines, de pinares, de huertas, a la vida del centro, le adorna uno y otro flanco la blonda acariciante del mar—de «la mar», porque aquí es femenino todo lo trascendente—. Mar brava, rugiente, desmelenada, romántica, alborotada en blancos penachos triunfales, sobre el gris de las rocas, a un lado. Al otro, mar tranquila, suave, de esmeraldina transparencia, de traza cortés y fino festón, cara al gesto amable de paseos, jardines y playas de moda… Esta cívica mar de bahía acoge, a la tardecita, las barcas unánimes de los pescadores. Y a esta mar miran también las casas conspicuas de la ciudad nueva: el frente de los Cantones, la espalda de la calle Real. Sobre los arcos de los soportales, la superposición de galerías acristaladas pone a las horas de sol un parpadeo brillante, un luminoso guiño de inteligencia entre las casas y el mar.

En una altura, hacia la punta marina de la breve península, se alza la ciudad vieja: por antonomasia, la Ciudad. Unas calles antiguas y estrechas; unas graves casas señoriales; escudos de piedra, tradición, silencio, historia, piedad: algún templo románico; a lo lejos, la torre de Hércules envuelta en remota leyenda: y en el centro, un jardincito botánico que es romántico panteón del general Carlos Moore: un inglés joven, rubio, valiente y sentimental, que fue amado por la fantástica Lady Stanhope («La Circe del Desierto» de Henri Bordeaux) y murió a las puertas de la ciudad en batalla presentada a las tropas de Napoleón. Pero todo esto no es sino el noble vestigio de un pasado que duerme. La verdadera, la vital ciudad es la de abajo, la que sus habitantes bautizaron con el plebeyo título de Pescadería y que, con el más sonoro de «Marineda», fue cantada en todos los tonos y a todas las luces por el estro exuberante de la exuberante condesa de Pardo Bazán.

Marineda, Coruña o Brigantium… ¡qué más da! Con cualquier nombre, una ciudad inverosímilmente linda, alegre, limpia, gozosa… Una pequeña ciudad donde se vive con el desenfado que en las grandes ciudades, y sin sus cuidados ni agitaciones. A través de siglos y años, moderna y blanca como acabada de salir del molde. Pero moderna, sobre todo, en espíritu, en gracia, en humor. Se comercia, se fabrica, se trabaja, acaso intensamente, pero siempre charlando y riendo; dijérase que el único quehacer es la diversión. Con sol o con lluvia, hay a todas horas tanta gente en la calle, que los burlones de la ciudad aseguran cómo las familias comen, cenan y duermen por turno, para que no falte nunca a la calle animación. Los señoritos se agolpan a las puertas de clubs y casinos; las arenas de las playas guardan la huella de los más bellos cuerpos de sirenas con pies; riman los deportes con los bailes y fiestas; por las alamedas pasean junto a las más gentiles damiselas, las grisetas mejor vestidas de Europa; en cada cuerpo unos trapos bonitos, en cada labio, un dicho gracioso, o un chiste levemente mordaz.

Porque en Marineda reina la ironía. Los marinedinos se ríen de todo. Hasta de sí mismos. Son gente de coquetería y temen que les siente mal la seriedad. Rehuyen, con razón, cuanto es campanudo, pretencioso… Levantan un rascacielos .. y se burlan del rascacielos. Plantan palmeras. y se ríen de las palmeras. Crean las «Irmandás da Fala» y frente a ellas sonríen también. Cooperan al resurgimiento de la galleguidad, pero esquivan el inevitable gesto solemne del nacionalismo.

Hacen bien. Marineda es un pueblo feliz, con lluvia o con sol. Porque, después de la lluvia, asoma sobre las galerías acristaladas un trozo de azul casi mediterráneo. Y si vienen penas, sinsabores, angustias, allí está, ancha y prometedora, la gran aventura del mar.

María Luz MoralesDe Santiago de Compostela salienta a súa condición de motor de coñecemento dun xeito que revela o atenta que estaba María Luz Morales ao renacemento cultural do país.

(…) La vida es serena, pero vibrante, llena de contenido intelectual. Con fe en el propio destino, y empuje para conseguirlo. Con ronda estrecha de juventudes laboriosas y encendidas, dispuestas al sacrificio y a la lucha. Con entusiasmo por un resurgimiento de patria, de lengua, de cultura, basado en el conocimiento y el amor. Un resurgimiento en el que todavía —según frase feliz de Bouza Brey— tiene más importancia la salida de un libro en gallego que la elección de un diputado. Resurgimiento que se ensancha y eleva por instantes, a través de la obra de poetas y pintores compostelanos, de las campañas de «A Nosa Terra», de la bella labor—sobre y ante todo—del Seminario de Estudios Gallegos, de las publicaciones de la editorial «Nós». Reflexiva y silenciosa bajo los hilos de plata de la lluvia, que atan la tierra con el cielo, Compostela prosigue su camino, hecho de recuerdo y de anhelo de luz (…)

E en Motivos para andar (15 de agosto) fai un canto aos animais e as árbores que dan gloria á paisaxe galega e inclúe este impagábel tributo ás vacas:

(…) Esto es Galicia, sobre todo paisaje. Naturaleza exuberante, romántica, vaga, emocional, en la que el hombre -protagonista preeminente y único en las tierras de contornos precisos, geométricos—se siente disgregado, hundido, captado, fundido… (Cuando le arrancan a ella, es tal el desgarramiento, que le duelen el alma y las carnes, en ese raro fenómeno de la morriña). La bestia, en cambio, tiene en el paisaje su lugar exacto y trascendental. Es el «gallo que abre las puertas al día, con la llave de su cantar», son los mirlos y jilgueros, que llenan de armonías los pinares, es el cuco-rey, que dice, a las mozas cuántos años tardarán en casarse. O el grillo, lanzando su nota burlona entre los «carvalhos». O los «anduriñas», que, en su vuelo, llevan lejos las ansias de los enamorados. O estos perros caminantes, que conocen todas las rutas de la comarca, y disfrutan alegre vida aventurera, sin amo y sin hambre. O esos cerdos orondos, albos, rubios, rezongantes, limpios, felices, prometedores del sabroso jamón, «De rica alquimia summa suprema», «de esencia de agro síntesis rara», al que, según Otero Pedrayo—a quien pertenecen las frases marcadas—alabó Hornero en heroicos exámetros y en cuyo provecho «florecen los sotos viejos, medran las huertas, madura el nabo…».

Pero, sobre todo, las vacas. Estas admirables vacas gallegas, únicas en el mundo. Naves de las carreteras: grandes, majestuosas, monumentales, como trasatlánticos. Mansas, suaves, como niños recién nacidos. Lentas, solemnes, con sus ojos anchos y su cola ondeante, ponen en caminos y «corredoiras» una nota perenne de fuerza y bondad. Ellas son las verdaderas protagonistas del paisaje y de la vida del agro gallego. Ambición y estímulo, comercio, fortuna… Dote de las novias, herencia de los mayorazgos, liberación del agobio de rentas y contribuciones. El paisano las mima y las quiere como a las niñas de sus ojos. Si enferman, les da grandes potes de chocolate. Cuando una muere, las gentes de la casa lloran en torno a la gran mole rubia. Sus hermanas siguen, corredoira abajo, la pausada procesión eterna, vigilada por un rapazuelo, guiada por un can.

Após o golpe de estado franquista, María Luz Morales é proposta como directora polo “Comité Obrero” que se fai cargo de La Vanguardia, cargo que ocupa durante uns meses entre 1936 e 1937. Foi a primeira muller en dirixir un xornal no estado español. Ese labor foi causa obvia da súa posterior represalia, mais é inevitábel pensar tamén no seu público compromiso con causas progresistas. Foi detida e pasou algo máis dun mes presa nun convento. Ao saír negáronlle a inscrición no Registro Oficial de Periodistas e durante uns anos traballou como tradutora, editora e escritora; tamén conseguiu escribir en prensa cos pseudónimos Ariel e Jorge Marineda. En 1948 recuperou o carné de xornalista e empezou a escribir no Diario de Barcelona, onde fixo crítica teatral até a súa xubilación. Gañou, de feito, o Premio Nacional á mellor labor xornalística sobre teatro (BOE, 15 de xaneiro de 1963). Morreu aos 91 anos o 22 de setembro de 1980 en Barcelona.


Martin Pawley

Deixa unha resposta

O teu enderezo electrónico non se publicará Os campos obrigatorios están marcados con *

Uso de cookies

Utilizamos cookies propias e de terceiros, como Google Analytics, para optimizar a túa navegación e realizar tarefas de análise. Entendemos que estás conforme se continúas navegando nesta web. Política de cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies